Queridos Reyes Majos…(2022)

Queridos Reyes Majos:

Deseo que al recibo de esta os encontréis ya en camino. Por mi parte, yo quedo bien a Dios gracias. A él…y a ese virus cansino y que familiar os ha de resultar pues no en vano parece que compartís corona, cosa que en este caso no honra vuestro pedigree, todo hay que decirlo.

Pero vamos a dejarnos de ironías y mejor vamos al motivo que hoy os ocupa y que no es otro ni mejor que el de regalar ilusión.

Buena falta hace tras un año en el que la Fundación del Español Urgente eligió vacuna como palabra del año. Yo hubiera elegido «brutal» . Palabro que ha sido como la purga de Benito o el bálsamo del Tigre, que para todo se ha usado aunque la mayor parte de las veces su aplicación lingüística haya sido tan incorrecta como el uso de unas mascarillas que en codos, muñecas, barbillas y suelos ya han podido necesitar de magia como la vuestra para surtir su efecto.

Pero olvidemos el pasado y hablemos de 2022, Año Internacional del Vidrio. Su importancia científica, cultural y económica lo merece y no seré yo quien me oponga a tal decisión de la ONU cuando no hay mejor imagen que la del vidrio para definir lo que en este año de los tres patitos bien podemos pedir a los tres reyes majos: Transparencia.

Buena falta hace para gestionar un mundo que se va a pique pero dejemos agoreros presagios para los medios de comunicación, que se las pintan solos para inyectarnos ese otro virus mucho más letal que se llama miedo y que os pido que no traigáis sino que os llevéis muy, muy lejos.

Miedo…¡ ay qué rentable para quienes vendiendo seguridad compran nuestra libertad, nuestra voluntad, nuestra vida ! Yo no os pido que acabéis con ellos. Son tantos…Sí al menos os pido, Majetes, que esta noche llenéis de libros sus hogares porque, segura estoy, leer es la única manera que puede hacerles entrar en razón para conocer, descubrir y vivir otras vidas menos anodinas que las suyas propias.

Queridos Reyes Majos, os tengo que confesar que hace unos días no hablé demasiado bien de vosotros a mi sobrino Mateo. A él le contaba vuestra historia y con él caí en la cuenta de que, la verdad, no sé en qué estaríais pensando para traerle al pobre Niño oro ( no creo que fuera mucho, a tenor de cómo vivió) incienso y mirra. Mira que ya podíais haber consultado a expertos ( ahora los llaman «couches» , que a memos no hay quien nos gane) pero no, ya se ve que es lo que encontrásteis más a mano y ¿para qué quebraros los cascos si dicen que erais hombres?

Queridos Reyes Majos, no os hago perder más tiempo con mi carta. Para mí no puedo pedir más. Ayudadme a mantener mis tres eses, que no es poco. Con ellas me quedo y con ellas seguiré haciendo camino.

No pido menos ni peor para las demás ( personas) Salud, salero, sonrisas, valentía y, sí, una cosilla más: UN ESPEJO.

Un espejo en el que nos miremos. Un espejo en el que nos descubramos y enfrentándonos a ellos, superemos nuestros miedos, complejos, prejuicios, vulnerabilidades… Un espejo en el que veamos nuestra belleza, la que todas tenemos en el interior una vez que lo limpiemos de tanto maquillaje barato como se nos vende y vendemos para ocultar lo que de verdad importa.

No pido más, Majetes, y me despido de vosotros con unas palabras que anticipándose a vosotros, me ha regalado una muy querida y reencontrada guacha ¡ Ay, la magia del amor ! No son palabras mías pero mías las hago como mías son las GRACIAS a vosotros y a quienes conmigo iréis por un camino que seguiremos andando hasta convertirnos en océano.

Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo. Mira para atrás todo el camino recorrido, las cumbres, las montañas, el largo y sinuoso camino abierto a través de selvas y poblados, y ve frente a sí un océano tan grande que entrar en él sólo puede significar desaparecer para siempre. Volver atrás es imposible en la existencia. El río necesita aceptar su naturaleza y entrar en el océano. Solamente entrando en el océano se diluirá el miedo , porque sólo entonces sabrá el río que no se trata de desaparecer en el océano sino de convertirse en océano»

Khalil Gibran.